1.--0L VIDO DE NOMBRES PROPIOS
Si no estoy muy equivocado, un psicólogo a quien se pregunta cómo es que
con mucha frecuencia no conseguimos recordar un nombre propio que, sin
embargo, estamos ciertos de conocer, se contentaría con responder que los
nombres propios son más susceptibles de ser olvidados que otro cualquier contenido
de la memoria, y expondría luego plausibles razones para fundamentar
esta preferencia del olvido; pero no sospecharía más amplia determinación de
tal hecho.
Por mi parte he tenido ocasión de observar, en minuciosas investigaciones
sobre el fenómeno del olvido temporal de los nombres, determinadas particularidades
que no en todos, pero sí en muchos de los casos, se manifiestan con
claridad suficiente. En tales casos sucede que no sólo se olvida, sino que, además,
se recuerda erróneamente.
luz sobre el proceso y origen del olvido de nombres.
a) La razón del olvido del nombre Signorelli no debe buscarse en una particularidad
del mismo ni tampoco en un especial carácter psicológico del contexto
en que se hallaba incluido. El nombre olvidado me era tan familiar como
uno de los sustitutivos --Botticelli- y mucho más que el otro � Boltrajjio-,
de cuyo poseedor apenas podría dar más indicación que la de su pertenencia
a la escuela milanesa. La serie de ideas de la que formaba parte el nombre Signorelli
en el momento en que el olvido se produjo me parece absolutamente
inocente e inapropiada para aclarar en nada el fenómeno producido. Fue en el
curso de un viaje en coche desde Ragusa (Dalmacia) a una estación de la Herzegovina.
Iba yo en el coche con un desconocido; trabé conversación con él,
y cuando llegamos a hablar de un viaje que había hecho por Italia le pregunté
si había estado en Orvieto y visto los famosos frescos de ...
b) El olvido del nombre queda aclarado al pensar en el tema de nuestra
conversación, que precedió inmediatamente a aquel otro en que el fenómeno
se produjo, y se explica como una perturbación del nuevo tema por el anterior.
Poco antes de preguntar a mi compañero de viaje si había estado en Orvieto,
habíamos hablado de las costumbres de los turcos residentes en Bosnia y en
la Herzegovina. Yo conté haber oído a uno de mis colegas, que ejercía la Medicina
en aquellos lugares y tenía muchos clientes turcos, que éstos suelen mostrarse
llenos de confianza en el médico y de resignación ante el destino. Cuando
se les anuncia que la muerte de uno de sus deudos es inevitable y que todo auxilio
es inútil, contestan: «¡Señor ( Herr), qué le vamos a hacer! ¡Sabemos que si hubiera
sido posible salvarle, le hubierais salvado!» En estas frases se hallan contenidos
los siguientes nombres:
Bosnia, Herzegovina y Señor ( Herr), que pueden incluirse en una serie de asociaciones entre Signorel!i, Botticelli y Boltrafjio.
e) La serie de ideas sobre las costumbres de los turcos en Bosnia, etc., recibió
la facultad de perturbar una idea inmediatamente posterior, por el hecho
de haber yo apartado de ella mi atención sin haberla agotado. Recuerdo, en
efecto, que antes de mudar de tema quise relatar una segunda anécdota que reposaba en mi memoria aliado de la ya referida. Los turcos de que hablábamos
estiman el placer sexual sobre todas las cosas, y cuando sufren un trastorno
de este orden caen en una desesperación que contrasta extrañamente con su
conformidad en el momento de la muerte. Uno de los pacientes que visitaba
mi colega le dijo un día: «Tú sabes muy bien, señor ( Herr), que cuando eso
no es ya posible pierde la vida todo su valor.»
Por no tocar un tema tan escabroso en una conversación con un desconocido
reprimí mi intención de relatar este rasgo característico. Pero no fue esto
sólo lo que hice, sino que también desvié mi atención de la continuación de
aquella serie de pensamientos que me hubiera podido llevar al tema «muerte
y sexualidad». Me hallaba entonces bajo los efectos de una noticia que pocas
semanas antes había recibido durante una corta estancia en Trafoi. Un paciente
en cuyo tratamiento había yo trabajado mucho y con gran interés se había
suicidado a causa de una incurable perturbación sexual. Estoy seguro de que
en todo mi viaje por la Herzegovina no acudió a mi memoria consciente el recuerdo
de este triste suceso ni de nada que tuviera conexión con él. Mas la consonancia
Trafái-Boltraffio me obliga a admitir que en aquellos momentos, y
a pesar de la voluntaria desviación de mi atención, fue dicha reminiscencia
puesta en actividad en mí.
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