EL HUMOR*
1927 [1928)
Sigmund Freud
TEXTO TAMBIÉN EN AUDIO
EN mi trabajo de 1905 sobre El chiste y su relación con lo inconsciente sólo
consideré el humor desde el punto de vista meramente económico, pues
a la sazón me importaba revelar la fuente del placer que despierta el humor,
y creo haber demostrado que reside en él ahorro del despliegue afectivo.
El proceso humorístico puede llevarse a cabo de doble manera: ya sea en
una sola persona, que adopta ella misma la actitud humorosa, mientras el papel
de la segunda se limita al de mero espectador divertido; ya entre dos personas,
de las cuales una no tiene la menor parte activa en el proceso humorístico, siendo
aprovechada por la segunda como objeto de su consideración humorística. Detengámonos
en el más crudo de los ejemplos. Si el reo conducido un lunes a la
horca exclama: «¡Linda manera de empezar la semana!», entonces él mismo
despliega el humor, el proceso humorístico se agota en su persona y evidentemente
le produce cierta satisfacción. A mí, al espectador sin parte ni interés,
me toca en cierto modo un efecto a distancia de la producción humorística del
reo; quizá de manera análoga que él perciba el beneficio placentero del humor.
Se da el segundo caso, por ejemplo, cuando un poeta o narrador nos describe
con humor la conducta de personas reales o imaginarias. No es preciso que estas
personas exhiban a su vez humor alguno: la actitud humorística concierne exclusivamente
a quien las toma como objetos; también aquí, como en el caso precedente,
el lector o auditor es mero partícipe del placer qué causa el humor.
Abreviando, cabe decir, pues, que la actitud humorística --cualquiera que sea
su contenido- puede dirigirse contra la propia o ajenas personas; también cabe
aceptar que proporciona un beneficio placentero a quien la adopta, y un análogo
placer corresponde también al espectador sin parte alguna en la trama.
Para comprender la génesis del placer humorístico lo mejor es considerar el
proceso que se opera en el oyente ante quien otra persona despliega su humor.
Aquél ve a ésta en una situación cuyas características le permiten anticipar que
producirá las manifestaciones de algún afecto: se enojará, se lamentará, expresará
dolor, susto, terror, quizá aun desesperación, y el espectador-oyente se dispone
a seguirla, a evocar en sí las mismas emociones. Pero esta disposición afectiva
es defraudada, pues el otro no expresa emoción alguna, sino que hace un chiste.
En el oyente surge así del despliegue afectivo ahorrado el placer humorístico.
Hasta aquí todo es fácil, pero no tardamos en decirnos que es el proceso
desarrollado en el otro, en el «humorista», el que merece mayor atención. Sin
duda, la esencia del humor consiste en que uno se ahorra los afectos que la respectiva
situación hubiese provocado normalmente, eludiendo mediante un chiste
la posibilidad de semejante despliegue emocional. En este sentido, el proceso
del humorista debe coincidir con el del oyente, o más bien dicho, el proceso de
éste debe ser una copia del que ocurre en aquél. Pero, ¿cómo logra alcanzar el
* humorista esa actitud psíquica que le torna superflua la descarga afectiva? ¿Qué
sucede en él, dinámicamente, durante la «actitud humorística»? Evidentemente,
habremos de buscar la solución del problema en el propio humorista, pues en
el oyente sólo- podremos hallar un eco, una copia, de ese proceso desconocido.
Es hora de que nos familiaricemos con algunas características del humor.
No sólo tiene éste algo liberante, como el chiste y lo cómico, sino también algo
grandioso y exaltante, rasgos que no se encuentran en las otras dos formas de
obtener placer mediante una actividad intelectual. Lo grandioso reside, a todas
luces, en el triunfo del narcisismo, en la victoriosa confirmación de la invulnerabilidad
del yo. El yo rehúsa dejarse ofender y precipitar al sufrimiento por Jos
influjos de la realidad; se empecina en que no pueden afectarlo los traumas del
mundo exterior; más aún: demuestra que sólo le representan motivos de placer.
Este último rasgo es absolutamente esencial para el humor. Supongamos que
el reo conducido al cadalso en día lunes hubiese dicho: «Todo esto no me importa.
¿Qué más da si cuelgan a un tipo como yo? Por eso no se vendrá abajo el mundo.»
Entonces deberíamos juzgar que este discurso, si bien expresa una magnífica
superación de la situación real, si bien es sabio y justificado, no traduce ni pizca
de humor y hasta se basa en una apreciación de la realidad que es directamente
opuesta a la del humor. El humor no es resignado, sino rebelde; no sólo significa
el triunfo del J'O, sino también del principio del placer, que en el humor logra
triunfar sobre la adversidad de las circunstancias reales.
Estos dos últimos rasgos -el repudio de las exigencias de la realidad y la
imposición del principio del placer- aproxima el humor a los procesos regresivos
o reaccionarios que tanto nos ocupan en la psicopatología. Al rechazar la
posibilidad del sufrimiento, el humor ocupa una plaza en la larga serie de los
métodos que el aparato psíquico humano ha desarrollado para rehuir la opresión
del sufrimiento; serie que comienza con la neurosis, culmina en la locura
y comprende la embriaguez, el ensimismamiento y el éxtasis. El humor debe a
esta vinculación una dignidad que le falta del toJo, por ejemplo, al chiste, pues
éste sirve tan sólo al beneficio placentero, o bie1. pone esta ganancia al servicio
de la agresión. ¿En qué consiste, pues, la actitud humorística que nos permite
rechazar el sufrimiento, afirmar la insuperabilidad del yo por el mundo real,
sustentar triunfalmente el principio del placer, y todo ello sin abandonar, como
ocurre en los otros procesos de idéntico designio, el terreno de la salud psíquica,
aunque este precio parecería ser ineludible?
Si nos enfrentamos con la situación en la cual alguien adopta una actitud
humorística frente a otros, nos parecerá evidente la concepción, ya apuntada
con cautela en mi libro sobre el chiste, de que esa persona se conduce como un
adulto ante el niño, al reconocer en toda su futilidad y al sonreír sobre Jos intereses
y pesares que a éste le parecen tan enormes. De modo que el humorista
ganaría su superioridad al adoptar el papel del adulto, al identificarse en cierto
modo con el padre, reduciendo a Jos demás al papel de niños. Esta suposición
probablemente comprenda los hechos empíricos, pero no la podemos considerar
imperativa. Por lo demás, cabe preguntarse con qué autoridad llega el humorista
a arrogarse ese papel. .
Mas recordaremos aquella otra situación humorística, quizá más primitiva
e importante: la de quien dirige el humor contra su propia persona para defenderse
así del sufrimiento amenazante. ¿Acaso tiene sentido decir que alguien se trata a sí mismo como a un niño y que simultáneamente adopta frente a este
niño el papel del adulto superior?
Creo que podremos prestar sólido apoyo a este concepto, por inverosímil
que parezca, trayendo a colación lo que la experiencia patológica nos ha ense
ñado sobre la estructura de nuestro yo. Este yo no es algo simple, sino que aloja
como núcleo central una instancia particular --el super-yo-- * con la que a veces
se funde, al punto que no log1:amos diferenciarlos, mientras que en otras condiciones
discrepa violentamente del mismo. Genéticamente, el super-yo es el
heredero de la instancia parental; a menudo mantiene al yo en severa dependencia,
lo trata realmente como los padres --o más bien el padre-- trataron al niño en
años anteriores. Alcanzamos así una explicación dinámica de la actitud humorística,
admitiendo que consiste en que la persona del humorista ha retirado el
acento psíquico de su yo para trasladarlo sobre su super-yo. A este super-yo así
inflado, el yo puede parecerle insignificante y pequeño, triviales todos sus intereses,
y ante esta nueva distribución de las energías, al super-yo le resultará muy
fácil contener las posibles reacciones del yo.
Fieles a nuestra acostumbrada terminología, en lugar de «traslación del
acento psíquico» tendremos que decir «desplazamiento de grandes cantidades
de catexia». Mas entonces habrá que verificar si es lícito concebir tales desplazamientos
masivos desde una instancia del aparato psíquico a la otra, pues esta
noción tiene todo el aspecto de una nueva hipótesis construida ad hoc. Sin embargo,
recordaremos haber tenido en cuenta semejante factor en repetidas, aunque
no en suficientes ocasiones, cuando intentábamos formarnos una representación
metapsicológica del suceder psíquico. Así, por ejemplo, aceptamos que la
diferencia entre la catexia erótica objeta! común y el estado del enamoramiento
consiste en que en este último es incomparablemente mayor la carga trasladada
al objeto; que, en cierto modo, el yo se vacía en el objeto. Al estudiar algunos
casos de paranoia pude comprobar que las ideas de persecución se forman precozmente
y subsisten durante largo tiempo sin manifestar efectos apreciables,
hasta que determinado motivo viene a proveerlas de catexias suficientes para
tornarlas dominantes. También la curación de tales episodios paranoicos debe
consistir en el retiro de las cargas conferidas a las ideas delirantes, más bien que
en su resolución y corrección. La alternancia de melancolía y manía, de cruel
supresión del yo por el super-yo y subsiguiente liberación del yo, nos da asimismo
la impresión de consistir en semejante fluctuación catéctica, fenómeno al que,
por otra parte, también habría que recurrir para explicar toda una serie de fenó
menos de la vida psíquica normal. Si hasta ahora sólo hemos recurrido tan raramente
a esta concepción, ello se debe a la cautela más bien loable con que solemos
proceder. La patología de la vida anímica es el terreno en el cual nos sentimos
seguros; allí hacemos nuestras observaciones, allí logramos nuestras convicciones;
pero por el momento sólo osamos formular juicios sobre lo normal,
en tanto que lo podemos inferir a través de los aislamientos y las deformaciones
de su expresión patológica. Cuando hayamos superado esta cautela, reconoceremos
cuán grande es el papel en la comprensión de los procesos psíquicos
corresponde a las condiciones e táticas, tanto como a los cambios dinámicos
cuantitativos de la catexia energét>a.
* Creo, pues, que merece ser teniL'·t en cuenta la anotada posibilidad de que
en cierta situación la persona hipercatc 'tice de pronto su super-yo y luego modifique
desde éste las reacciones del yo. \demás, mi hipótesis sobre el humor
también tiene una notable analogía en e1 '·ecino terreno del chiste. Hu be de
aceptar que éste se origina en el momentánel, '1bandono de una idea preconsciente
a la elaboración inconsciente, de modo que: d chiste representaría una
contribución a lo cómico ofrecida por el inconsciente. En completa similitud, el
humor vendría a ser la contribución a lo cómico mediada por ei «super-yo».
Comúnmente conocemos al super-yo como muy severo amo. y podría aducirse
que mal concuerda con este carácter el que se avenga a facilitar al yo un
pequeño goce placentero. Es cierto que el placer humorístico jamás alcanza la
intensidad del que se origina en lo cómico o en el chiste, y nunca se expresa en
risa franca; también es cierto que el super-yo, al provocar la actitud humorística,
en el fondo rechaza la realidad y se pone al servicio de una ilusión. Pero -sin
saber a ciencia cierta por qué- adjudicamos alto valor a este placer poco in ten:"·
lo sentimos como particularmente liberador y exaltante. Además, la broma que
hace el humor tampoco es su elemento esencial, pues sólo tiene el valor de una
muestra; lo principal es la intención que el humor realiza, ya se efectúe en la
propia persona o en una extraña. El humor quiere decirnos: «¡Mira, ahí tienes
ese mundo que te parecía tan peligroso! ¡No es mús que un juego de niños. bueno
apenas para tomarlo en broma!»
Si es realmente el super-yo quien por medio del humor consuela tan cariñosamente
al intimidado yo, ello nos demuestra que aún tenemos mucho que aprender
sobre la esencia del super-yo. Por lo demás, no todos los seres tienen el don
de poder adoptar una actitud humorística, pues ésta es raro y precioso talento,
y muchos carecen hasta de la capacidad para gozar el placer humorístico que
otros les proporcionan. Por fin, si el super-yo trata de consolar al yo con el humor,
protegiéndolo del sufrimiento, no contradice por ello su origen de la instancia
parental.
Der Humor, en alemán el original, leído por Ana lnnsbruck, 1927 y publicado en Almanach 1928, 9-16. Freud en el 10.° Congreso Psicoanalítico Internacional. (Nota de J. N.) 2998
Strachey comenta que en 1923 Frcud colocaba núcleo del Yo, en nota del capítulo 111 del Yo y el Ello_ al sistema Percepción-Consciencia como el verdadero (Nota de J. N_)
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